martes, 9 de noviembre de 2010

Soledad poco atormentadora

Con el verso: “Yo me levanto por la mañana, me doy un baño y me perfumo, me como un buen desayuno y no hago más na', más na'”, de El Gran Combo inicia su día José Romero Álvarez. No trabaja, no paga casa, sólo duerme, come y corre bicicleta. Él se describe como “propietario del parking mío”, trabajo que sólo le genera ganancias los fines de semana cuando hay jangueo en Isla Verde. Alrededor de ocho a diez carros ocupan el espacio que cobra a $5.00. Cuando no, colabora con los restaurantes del área, pero nada formal.

Cambiamos de escenario, gracias las lloviznas que nos impidieron terminar lo empezado con el cielo oscuro de techo. Terminamos en las entrañas de un Pollo Tropical. No tiene preocupaciones en la mente, no tiene familia a la que mantener y nada que lo atormente. Durante 19 años trabajó como vendedor de autos para la Volvo. Es padre de siete hombres, de los cuales le mataron dos, “porque estaban metíos en cosas malas, eran muchachos jóvenes”. A la interrogante de qué si les enseñó eso, respondió, “es que yo no vivía con ellos de lleno y cuando uno nos los cría…”. Pensamiento abierto. Nunca tuvo hembras, sus hijos no se conocen. Conducta que heredó de su padre quien solía tener hijos fuera de matrimonio y no los presentaba como hermanos. Su matrimonio duró 27 años. Su sonrisa se nubló, mientras sus ojos cambiaron el brillo. Cada palabra que pronunció estaba invadida de melancolía y sentimiento. Hasta el punto de sufrí al momento. Su vida matrimonial fue una normal. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa.

No ver para no recordar. En eso se ha convertido la existencia de Romero, como se le conoce popularmente. No ver su hijo, el segundo, el que él autodenomina como “su favorito” conlleva no recordar el único amor de su vida, su esposa. Ella, Gloria María Rosario Villegas murió de cáncer de seno y diabetes. Enfermedad que lo marcó por el resto se vida. Hoy por hoy se siente culpable de “acelerarle la muerte”.

“Me siento culpable, uno (él) aportó al desarrollo de la enfermedad, aunque ya lo superé,” confesó. El cargo de conciencia y el remordimiento constantemente afectan su vivir, no sin antes asegurar jocosamente que duerme bien, come bien, y es candidato para cualquier mujer. No está en su mente rehacer su vida, tiene la inquietud pero no la necesidad.

Al escucharlo hablar da la impresión de un hombre con basto conocimiento de la lengua, habla con elocuencia y seguridad. De repente me pareció a escuchar a José Francisco Peña Gómez, el famoso abogado y político dominicano. Sin dejar fuera que físicamente tienen un parecido, claro, sin la elegancia de Peña Gómez al vestir.

Romero, es un hombre humilde, siempre con pantalones cortos, tenis, camisa de rayas y su habitual gorra crema que lo distingue de cualquiera que crea poder imitarlo. Montado en su compañía fiel, su bicicleta, recorre diariamente las calles de Llorens, y la Avenida Isla Verde con la convicción de olvidar lo que un día lo atormentó. Paseos que lo ayudan a no sentirse solo y despejar la mente de lo que es convierten en recuerdos. El momento cambio de color, justo cuando reflexionó de lo que habla y de lo que no, y de con quién lo habla.

Según él, no había hablado del tema tan profundamente como conmigo, no sin antes dejar claro que lo dialoga brevemente con los demás. Acción que justifica con poco interés, se plantea que en la vida hay personas con más problemas que uno, que realmente sí necesitan ayuda.

Una de sus múltiples cualidades es la medicina. Es doctor. Recientemente se dio una caída de su bicicleta que le dejo una cicatriz en la cara, cerca del ojo derecho. Herida que se curó con el poder milagroso de la sal. Sobrevivió por obra y gracias del Espíritu Santo a una puñalada en el pecho que le propicio uno de sus amores clandestino. Puñalada que le reveló el soplo en el corazón lo cual provoco una operación a corazón abierto, con tan sólo 40 años.

Vive solo y se siente como tal. Herida que nunca ha podido sanar fue la muerte de su esposa, aunque le queda como consuelo el haberle cumplido su ‘último deseo: entregarle el niño a su abuela materna. Con el tiempo cayó en una depresión que lo convirtió en usuario de drogas.

-“¿Qué si usé drogas?, la droga no me ha usao’ a mí. Pero me quité, dime qué droga es buena (…) la única droga buena es la mujer”, sostuvo.

Con ese fallecimiento se fue todo para él. Vendió la casa. “La casa está bien pesá, se murió la dueña se murió la casa”, recordó.

Su sentido del humor, su jocosidad, sus comentarios sanos pero con doble sentido construyó lo que es hoy. No se inmuta por nada, la soledad no le afecta y los recuerdos ya no le trabajan. Sin duda es un hombre importante, se cuida él y cuida los demás.

“Yo lo que tengo en la mente es ir pa’ casa, dormir, pero me siento bien. ¿Terminamos?”, concluyó.

Entre el sueño y Romero, se encargaron de dar por terminada la entrevista. No sin antes invitarme voluntariamente a otra sección, pero hablar de Playita. El afán de ser solidario lo conmovió acompañarme a mi guarida.

Tal como el principio me hizo recordar El Gran Combo. “¡Ay!, cuando se me pega el sueño, enseguidita me voy a acostar, y duermo hasta por la mañana y no hago más na', más na'”.

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