viernes, 25 de febrero de 2011

Puerto Rico y República Dominicana: alas de un mismo pájaro

Empezó la última semana de febrero con aires de fiestas y movimiento de júbilo. Se acercaba el día 27 que equivale a la celebración de Independencia de República Dominicana. Momentos antes por azares del destino volvió a su esquina “El Chivo”, un dominicano que vivía en la Isla y era el máximo líder de la calle 15, esquina Borinquen.

Todos conocen al Chivo, a lo que se dedicaba y su función. Es fácil reconocerlo. Es un hombre alto, trigueño, fiestero, siempre anda bien vestido, y tiene un tono de voz inconfundible. Pasan meses que no viene a esa esquina que entre otras cosas ha sido casa, su espacio, hasta el punto de pasar borracheras tirado en el suelo. Pero cuando llega a ese lugar es evidente su presencia. Se deja sentir. “Llegó El Chivo”, se escucha decir por la mayoría de los bares que componen la Borinquen, en especial la Plaza Barceló.


Cada visita suya es un evento nuevo. Por sorpresa este año coincide con la fiesta anual “Enlace entre Quisqueya y Borinquen: dos pueblos que cantan y bailan”, una festividad en la que resaltan la importancia en la unión entre los dos países, que según los organizadores ‘son alas de un mismo pájaro’.

Ya es lunes, los alrededores de la plaza son pintados con el afán de ocultar el sucio que se acumuló todo un año para estos días, las tarimas están en proceso y los ánimos de “gozadera” se sienten. Por lo que me contó mami las “fiestas de la Placita”, como se le conoce popularmente entre las personas que asisten a ellas se celebraban en la última semana de febrero, bajo la semana dominica, posteriormente se simplifico a tres días y este año por primera vez, al parecer van por dos.

Es todo un festín de bachata y merengue. Carros de pizzas y piñas coladas rodean la plaza. Las bebidas alcohólicas hacen de las suyas. Los muchachitos brincan, saltan, corren, gritan, lloran, se pierden y los suben a la tarima. Todos los años es el mismo ambiente, claro sin dejar fuera los corre y corre, las botellas al aire, los ‘corillitos’ de chamaquitos con riñas, las nenas bien emperifolladas y la masa dominicana disfrutando su fiesta.

Bailes folclóricos, perico ripiao’, habichuelas con dulces, banderas tricolores, cartelones con saludos personales, sillas plásticas, mujeres con camisas cortas, quioscos de comida típica, refrigerios y mucha algarabía son los encargados de encender a Barrio Obrero por dos días. Dos días intensos. En los que por mi cercanía al lugar del encuentro no podré dormir.

Este año no asistiré, no porque no quiera sino por las tantas veces que me obligaron. Hay cosas que no se pueden borrar y mis raíces dominicanas, ni con ‘liquid paper’. Es un orgullo que se celebre la liberación dominicana. Es un orgullo que los dominicanos tengan su espacio para la libre expresión aunque hipócritamente nos queramos convencer de que no existe xenofobia hacia este sector. Cuando en realidad la hay.

Me crié en esto, en la diáspora dominico-puertorriqueña. Soy hija de dos pedazos de tierras similares. Soy producto de la mezcla de dos naciones, entre otras cosas podría ser ese pájaro de dos alas.

Desde la altura de mi casa, al igual que El Chivo gritaré: “Pónme la música coño.”