miércoles, 22 de enero de 2014

Girasoles

Cuento realizado por Xavier Toledo @X_toledos, Ana Castillo @anacastillo18 y Marién Camacho @mariNtuit
Se pintó los labios con el tinte de última moda, todos pensarían que tenía los labios muy saludables, carnosos y al natural. Ella solo sabía que olían a rosas, que sabían amargos y que la última vez que la besaron, la envenenaron. Todo saldría bien, había visto mil veces cómo lo hacían en las películas y daba resultado. No había nada que pensar. Traje ajustado con una hendidura que llegaba hasta el borde de su cadera, escote con corte diamante rondando sus senos, liga negra ajustada a su muslo, cabello suelto, objetivo determinado.
Le envió un mensaje de texto:
Hola, hace días no nos vemos. ¿Recuerdas la última vez? Quiero complacerte ya no tengo miedo. Hoy estoy dispuesta a TODO. Espero tu llamada, no tardes…
Recibe una contestación:
Hola, bella. Claro, te veo a las 4:00 en casa. Dejo la llave en el lugar de siempre. Ponte cómoda.
Segundo texto:
Quiero que te sientes en mi rostro…
Sonrió, con esa sonrisa fría que le había regalado él.
- Imbécil…
Cerró su puño derecho, se miró al espejo, se arregló el cabello presionó sus sagrados labios y se marchó.
Ya en la puerta de la casa, rebuscó en la planta de la entrada para recoger la llave. Hasta en eso la humillaba, no podía dejarle la llave en un lugar decente, no, tenía que obligarla a llenarse las manos de tierra. Entra al cuarto, prepara la cama; tampoco quería excederse, no podía permitir ningún tipo de sospecha. Oye la cerradura girar. Había llegado. Era el momento.
- Temprano en casita,- se le acerca al oído- no perdamos tiempo, vamos al cuarto.
- Me gusta la idea, aunque primero dame una mamadita, para emocionarme.
-No impacientes, le dije. Sube al cuarto, allá te haré eso y todo lo que me pidas.
-Siempre eres tan atenta, muñeca.
Subimos al cuarto. Bajé la intensidad de la luz. Esta vez a diferencia de otras no puse música,  no esa música que me hacía delirar y pensar en sexo pasional y amoroso. Esta vez le di como excusa que solo quería escuchar sus gemidos, su respiración,  su placer. Quería escuchar como pedía a gritos que siguiera tocando su zona sur, mientras los sudores le rozaban el pecho.
Ya desnudo y tirado en la cama empecé el juego de seducción. Me encantaba jugar con él. Esta noche iba decida a darle el mejor sexo… y el último.
Me quité la ropa, le até las manos con la liga de mi muslo, le baile sobre la cara mientras me castigaba su lengua venenosa. Esa estaba a punto de hacerme perder el control. Esta vez no.
Esta noche no me importa nada. Hice mi última maldad. Salvajemente le vendé los ojos con esa tanga negra que tanto le fascina. Esa misma que ya sabía quitar con la boca.
Le di una mamada gloriosa. Hasta yo me vine. Jamás me había esmerado tanto, suplicó que lo desatara, gritó, gimió y no era para menos. Ni se imaginan la cantidad de velas aromáticas que perdí aquella noche. Más que sus gemidos, lo excitante fue ver su piel bañada en cera de colores. Lavanda,  canela, manzana, vainilla.
-Ay, mi amor. Así de calientes han sido las lágrimas que he derramado por ti. Todavía falta. Esta noche, jaja, esta noche, pobre de ti.
Tomé su semen maldito y lo pasé por su rostro como si estuviese pintando la pared de mi habitación. Me excitaba su barba, me encantaba que me rozara mi sexo mientras me comía y bebía mis jugos. Pero por esa misma razón quise afeitarlo. Tomé la cuchilla de barbero y la deslicé por sus mejillas. Su semen me sirvió de crema, pero quise cortarlo un poco; esta noche de barbaridades, necesitaba beberle todo. Y ahí, sentada en su regazo, le lamí la piel, la sangre y el semen. Demás está decir que parecía un adolescente, ¡Ja! Tan astuto y maldito, pero tan niño que se veía esta vez.
-Quiero lamerte y hacértelo con mi lengua, dijo.
-Por supuesto, pero me sentaré sobre tu rostro. Así lo quiero y, hoy, me obedeces, dije.
Le removí la liga negra, lo empujé hacia el colchón. Vi su pecho velludo y su pequeña cintura y quise cabalgarlo sentirlo dentro de mí. Aún lo amo, pensé.
-Ven, déjame comerte. Te deseo, no he estado con nadie después de ti.
Maldito mitómano de mierda, estuviste con tu amante, y con la otra tonta. Todas somos tontas, pero tú eres un infeliz. Eso quisiera decirle, pero no puedo. Debo callarme, debo disfrutarme esta última noche. Yo lo amo, sí, pero lo odio por haberme congelado el amor.
Sentía su masculinidad escaparse entre mis ansias. Tan macho, tanta robustez y nunca daba ni para un segundo round. Quería gritar, quería exprimirle hasta la última gota de pasión. Mas ya no podía, sentía cada vez como su miembro perdía vigor dentro de mí. Su pene flácido yacía y con él morían mis ganas. Nada nuevo, el orgasmo me lo regalarían mis dedos más tarde cuando ya no haya vuelta atrás.
- ¿Cansado vida mía? ¿Demasiada mujer para ti?- se rió el muy perverso al oír mis preguntas. Canalla, no sabía que ya tenía en mi mano su perdición.
- No seas puta que sabes cómo me pongo. Puedo contigo y tres más.
- Lo sé, eso sí que lo tengo claro. Olvida lo que te dije. Hoy es todo para ti. Cierra los ojos, lo mejor está por comenzar.
Lo amarré a la cama. Idiota, hasta el más brillante de los hombre por sexo embrutece. Le cubrí los ojos. Tiernamente toqué sus genitales hasta lograr una nueva erección. Él, tendido en la cama, creyéndose omnipotente, merecedor de toda gratitud. Sintiéndose alfa, redentor de mi cuerpo. Así, mientras se estrujaba de placer en la cama y ya con los ojos tapados, el amor que sentía por él se transformaba cada vez más en repulsión. Ya sus ojos no me engañaban. Me aseguré que las piernas estuvieran bien atadas y le introduje mi puño por su orificio de macho sagrado.
Gritó. Ese fue mi primer error: nunca le tapé la boca. ¡Qué rico fue ver su expresión de dolor, de humillación! Ya tenía medio brazo dentro de su cuerpo, la sangre corría hasta mi codo. Mientras pataleaba y gritaba de dolor yo me tocaba con mi mano libre. Nunca había estado tan mojada. Sabía que con mínimo esfuerzo me vendría como nunca antes, pero no podía perder el control.
Se rompió la cama. Ese fue mi segundo error.
Tocamos el piso. Era lo último que nos faltaba por tocar. Palpamos el cielo, llegamos al infierno, volvimos a subir y aterrizamos en el suelo.
Muerto de la risa. Ahí, con su cuerpo bañado en sangre, semen, cera y sudor se le escapó un “te amo”. Esa frase nubló mi mente. “Gracias por hacerme el amor como nunca”, musitó.
No supe que decir. Me dejó muda, desequilibrada, confusa, para variar, me jodió el momento.
¿Quién carajo le dio un vale ilimitado para joderme la vida?, pregunté en mi cabeza.
Fui perversa y continúe riendo. A carcajadas.
“¿Por qué ries de esa manera?” – preguntó.
“Jajajajajaja en serio me lo preguntas, mi amor. Es que cada palabra de “amor”que sale de tu boca es risa para mi ser. Eres un comediante de primera categoría. Y tras de todo, patético”, le dije. “Todavía piensas que te amo como antes. Iluso”.
Su cara se volvió fría y no había sonrisa. Él es un fenómeno. Anormal, también. Quise decirle con mis besos que yo también lo amaba pero sabía que responder a ese encanto sería mi próxima caída a este laberinto.  Él era embriagante; no podía permitirme más toxinas en mi cuerpo.
Su romanticismo se notaba real, aunque con él nunca sé a lo que atenerme. Lo relajé. “Baja la tensión o bajo yo”, susurré.
Me había dicho que no me pusiera puta pero verlo así tan sucio y limpio me ponía a trepar las paredes de tanta excitación. Maldito hombre que de solo mirarlo me prende. Busqué un toalla y lo limpié. Ya sentada sobre él comencé a bajar mi boca por su pecho, mientras su respiración aceleraba con el roce de mis labios.
Bajé más. Su verga se puso dura, los sudores se volvían a apoderar de él. Introduje su paquete en mi vagina y grité. Grité cada vez más fuerte. Subía, bajaba, me tocaba los pechos, me agarraba el pelo. ¡Dios mío, este hombre, me vuelve loca!
En esa misma posición le di la espalda.
“Me gusta verte el culo. Desde acá parece una corazón invertido”, dijo mientras sus uñas arañaban mi espalda.
Me tomó por las caderas, mientras penetraba toda su piel dentro de la mía. Sentirlo dentro era adictivo, tenía sus dedos hundidos en mi pelvis como si quisiera fundirse conmigo. Tiró de mi cabello, mi cabeza quedó cerca de su oído. Me dijo: eres mía, ¿lo sabes, verdad? Eres MI mujer. Seguido de esto, sentí su torrente entrar y escurrirse por mis piernas. Me sentí suya, como si nunca más quisiera ser poseída por otro hombre.
Tomé el equipo de sonido y puse nuestra canción. Me rendí  en el colchón, mientras él se duchaba. Creí que estaba soñando porque justo cuando más en paz me estaba, sentí sus manos en mi cabello. Y su voz; está vez tierna y pausada.
-Quiero que te quedes en mi vida. Sé que me estás escuchando. No me tienes que contestar ahora.
Me mantuve quieta no quise decirle nada, no abrí mis ojos. Posiblemente porque esta relación me había mantenido ciega y, ahora, justo ahora, cuando más odiaba amarlo, me preguntaba lo que yo tanto había querido.
Sin decir una palabra desaté su mano de mi cabello. Me paré sigilosamente hacia el baño. Camino a la regadera pensaba en eso que me había dicho. Al mismo tiempo, comprendía que no debía permitir que sus palabras calaran otra vez mi alma. Entré a la bañera, abrí la ducha, dejé que el agua tibia callera sobre mí. Necesitaba que otra cosa que no fuera su pellejo me quemara. Duré 20 minutos. Contados.
Al regresar a la habitación me esperaba un girasol. Me pregunté de dónde había salido. Jamás, mientras estuve en la casa, lo había visto.
Él no estaba en aquél cuarto.
Mi vida se volvió a detener.
Tomé la flor y la olí. Siempre me han gustado las flores del sol, también siempre pensé que jamás recordaría ese dato.
Bajé a la cocina, allí estaba él. Parada en silencio detrás de una columna me detuve a contemplarlo. Miraba su forma, sus brazos, sus manos, su espalda. Él era encantador, tengo que admitirlo.
A lo lejos vi un florero con un ramo gigante de girasoles. Se iluminó mi vista y se confundió el sentido. Estaba aturdida. Sintió mi presencia. Se viró, me vio perdida entre aquellos pétalos amarillos. Río.
“Desde que te fuiste compro girasoles. Son las únicas que me iluminan el día tal cual tú lo hacías. Cada sábado después de mi rutina, y antes de llegar,  voy al mercado por ellas. Ya me conocen. Sin ti la vida no tiene luz, se torna oscura. Éstas flores son tuyas. Están esperando tu regreso. Dale vida, dame vida”.
Callé. Quería abrazarlo y decirle que lo amaba.
Luego de mirar las flores, me acerqué a él. Lo besé entre lágrimas.
“No puedo, Jeremías. No puedo ser luz para quien es mi oscuridad”, le dije.
Di media vuelta y tiré la puerta…