jueves, 5 de mayo de 2011

Crónicas de una runner

Nunca imaginé correr más allá a la carrera del pavo, o menos que eso los 50 metros en el field day escolar. Pero la vida me llevó a esto, a correr para dar la milla extra. No uso patines, ando a pie. La situación económica, la falta de escolaridad y el aburrimiento constante me inspiraron para ser lo que soy hoy. No aspiro a mandar, con correr, caminar, huir, brincar verjas, y pasar sustos me conformo. Recuerdo aquel primer día, anda en mahones, camisa amarilla –para la suerte- unas chancletas que me regaló papá el verano pasado, una botella de agua… y aquel paquete. Fulano, por no mencionar un nombre que no sé, me dio aquella bolsa color marrón bastante pesada, por cierto. Nunca pregunté. El contenido era lo de menos, pero el olor era fuerte, de esos que son reconocidos por perros policías. Esa tarde de noviembre estaba nerviosa, bailando en el vaivén de la brisa navideña, tenía frío pero estaba caliente. Tal vez era, por ser la primera vez. Nadie sabía para dónde iba. Yo tampoco. Me sentí en una película de misterio, todavía no habían GPS, pero la voz del "mandamás" me daba instrucciones: “Llega al tren, bájate, dobla, te esperan un carro azul, móntate, te bajas en la próxima luz, cuida el paquete, no llames la atención, mira para todos los lados, cruza, cuidao’ con el carro… cuídate”, escuchaba por el otro lado. ¿Cuídate? Eso me sorprendió, ¿escuche bien? Aquel que daba ordenes, se procupa por la realidad de su runner, de su niña la runner. Entregue y recogí el dinero. Todavía ando a pie aunque más segura, pagan bien, como para estudiar. Mientras unas mueven el culo y regalan las tetas, entre barrio y barrio hago cardio, entrego paquetes y de vez en cuando saco tiempo para escribir las crónicas de una runner.