Un humo de cigarrillo que jugaba al travieso entró por mi ventana para indicarme que ella estaba cerca. Ese peculiar olor, entre lo quemao’ y el mentol ha estado presente en mi vida más que mi propio padre. Todo se recrea mientras engaño mi inteligencia, y la escucho a ella aunque no comprenda de qué o de quién me habla. Intenta pero fracasa al hablarme, “sí mami” le digo y entendió que la estaba ignorando. Se levantó como alma que lleva el diablo y balbució a viva voz:
-“Por eso es que no me gusta hablar contigo”, mientras se paseaba como una top model por la casa con cigarro en mano, según ella con fragancia a incienso de rosas. Yo por mi parte, le comenté a mi reflejo: “pues no me hables, total yo no conozco esa gente”.
Sacudió nuevamente las caderas en su pasarela y siguió hablando entre dientes.
Terminó su "incienso" en ocho sorbos y se plantó en el marco de la puerta. Me miró, la miré, fijó sus ojos otra vez y se me salió un "¿Qué pasó?"
- ¡Malcría! … exclamó
Después de varios minutos, aparecí sigilosamente como quien no quiere la cosa. Le regalé una sonrisa disfrazada de inocencia, me acosté en su cama y le dije:
- Tú te acuerdas cuando te ponías frente al espejo hacerte los rolos, y contemplabas tu belleza.
No finalicé el comentario cuando una mirada cortante se posaba ante mí, mientras me afanaba en localizar el residuo blancuzco que había dejado a en su travesía. Hablé una vez más y me ignoró. Jugó mi carta y probé de la taza. Conocí una mujer intacta, que no se conmovía por comentarios jocosos, capaz de desoír. Entendí, resigné y me fui.
- Bendición mami, me voy a dormir.
Repetí otra vez, “bendición mami”.
Las escenas cotidianas son el alimento de los escritores. Genial.
ResponderEliminarGracias Yuly por estar al pendiente. Ya volví. Woho!
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