martes, 22 de marzo de 2011

Cita con el Leonismo

Burlas y mofas fueron el saldo de mi confesión. Cuando anuncié el tema de mi crónica final, una gira a Camuy con el Leonismo, mis compañeros y mi querido profesor -querido para que no se sienta mal- se echaron a reír. Aquel momento me hizo recordar las burlas que le propicié a mi amiga Mabel, como parte de mi ignorancia, cuando me dijo por primera vez, “Soy leona, me metí a un Club de Leones”.

Luego de una semana de espera, trabajos finales y residuos de burlas, llegó el día: domingo de misa y road trip. Antes de lanzarme al viaje, pautado para las siete de la mañana, la única mujer que logra descontrolar mis sentidos tan temprano, se antojó de un favor.

- Cómprame un jabón de lavar, dijo.
- Mami, no puedo… voy tarde, refunfuñé.
- Cómpralo te dije, balbuceó.

Después de sobrevivir ese rafagazo mañanero, supe que lo que venía no era fácil. Compré el jabón, y seguí en la mía. Media hora más tarde llegué al punto de encuentro: el estacionamiento del Banco Popular de Barrio Obrero.

Tal como lo esperaba, me recibió Doña Gaby con su flamante libreta amarilla. Ella, una señora mayor, humilde, ambiciosa y calculadora, no me preguntó quién era, ni qué quería. Sólo dijo, “son $20 pesos”. Ese fue el costo de un “paseo leonístico” y el precio de una nota. Se los di como quien no quiere la cosa y antes de poner el primer pie en aquella guagua, respiré hondo.

Al subir, miradas curiosas, sonrisas sosas, fruncidas de ceños e ignoradas, bombardearon mi cuerpo. A la gran acogida, se sumó una garata entre compañeras leonas, todo porque otra miembro del club que había cancelado el paseo anterior no vino tampoco a éste. El mundo es nuestra selva estremecida, dice el primer estribillo del himno del Club de Leones, y al parecer se lo toman muy literal. Destellos de malas palabras se oyeron en aquella trifulca, mientras los murmullos se confeccionaban en la parte de atrás del autobús, ese rincón usualmente caliente como una cocina y que esa mañana estaba helado. Hacía frío.

Ya acomodada en un lugar supuestamente estratégico, le pregunto a una compañera leona, como si sacara mi as bajo la manga:

- ¿Para dónde vamos? (En realidad sabía la respuesta, pero no esperaba su reacción prepotente)

- ¡Para Camuy!, contestó, mientras me regalaba una mirada por encima del hombro.

Me senté a su lado con la firme convicción de entablar conversación. Todo el tiempo me ignoró.

Doña Gaby continuaba en la acera, haciendo lo mejor que hace, cobrar dinero. Gaby lleva cuatro años como tesorera en el Club de Leones de Villa Palmeras, del Distrito 51-Este, y al parecer no piensa pasar la batuta. Minutos antes de arrancar, llegó un grupo de cinco personas, sinónimo de cien dólares adicionales.

Son las 8:28 y nos vamos. Una chicharra anunciaba la salida y la ruta, a la vez que dirigía un regaño a los ausentes. Para musicalizar el ambiente, el chofer, un calvo que vestía camisa amarilla, no se decidía entre Bob Marley o Monchi y Alexandra. Cuando al fin lo hizo, eligió una bachata religiosa, según él porque era el primer Domingo de Adviento. La canción se repitió entre 15 a 20 veces.

- Baja eso, a sonao’ la misma canción como 17 veces, gritaron de la parte de atrás de la guagua.

Hicimos la primera parada en la Avenida Roosevelt para recoger una leona. En total éramos 21 pasajeros. Los primeros 30 minutos de viaje no pasó nada interesante, salvo una rifa que tuve que comprar, y que la señora que al pricipio me contestó estrujao’, colocó a mi lado una bolsa plástica, de seguro para los vómitos.

Segunda parada: peaje de Toa Baja. El hambre atacó y las vejigas se descontrolaron. Me bajo para buscar algo que monchear en una maquinita y hacer una llamada.

- Mami, estoy viva. Todavía no me ha atacado en esta multitud de leones, jajaja.
- Anita, no vaciles. Hablamos después, dijo antes de colgar el teléfono.

Cuando regresé al colectivo, pasaron lista y el único nombre que mencionaron fue el mío. Como si aún estuviese en escuela elemental. Imagino que se debió al afán de facultar a las próximas generaciones. El Club de Leones plantea que los programas juveniles constituyen una inversión en el futuro y por ende, intentan captar la participación de los jóvenes… A eso le tengo miedo. Una amiga leona me lo advirtió…

Reanudamos el recorrido hasta nuestro destino final. Mientras releía unos papeles, me escondía del frío y sonreía con unas señoras, un gran merengue navideño quebrantó el silencio sepulcral que había allí. Pasamos cerca de Palo Seco y la playa de Levittown. En lo que unos charlaban y miraban los shoppers -buscando lo que se le quedó en la venta del madrugador- otros dormían, yo observaba y una señora regalaba galletas Ritz. Una verdadera leona: conocía el significado de compartir, una de los valores más importantes del Leonismo Internacional, movimiento que llegó a Puerto Rico en el 1936. En ese momento la Isla pasó a convertirse en el décimo país en el mundo en tener Leonismo. Esta organización era exclusivamente para hombres hasta el 1987 cuando la Asociación Internacional de Leonismo aprueba el ingreso de damas a los clubes.

Ya terminado el repertorio de canciones navideñas –desde Temporal, temporal hastaTanta vanidad, tanta hipocresía- hicimos la tercera parada: El Buen Café en Hatillo. Aentro, los 21 miembros se disiparon y cada cual tomó su rumbo. Para mi sorpresa, en la mesa próxima a la mía comía un grupo de siete, eran familia y todos leones. Los leones de la selva son animales especialmente sociales en comparación con otros felinos. Estos, por su parte hablaban de todo. De los pastelillos de La Bodega, de las alcapurrias, del leonismo, los gobernadores, senadores, legisladores y sopla potes… hasta de los personajes de El Chavo del 8. En personajes se convirtieron Juan y una señora con estilo madrileño. Por cierto, nunca supe el nombre.

La madrileña, como le bauticé, vestía chaqueta rojiza, botas, gafas y pantalón marrón. Se distinguió por su acento español y lo puro de su vocablo. Chaval y endulzador artificial, fueron algunas de las palabras que pronunció a viva voz. No sé si lo hacía por eso de ser domingo, pero de que tenía gran uso de las palabrasdomingueras, lo tenía.

- Yo sería feliz con café y cigarrillos, expresó con firmeza, mientras añoraba regresar a la Madre Patria.

El compañero león Juan, aunque es invidente, goza de gran sentido del humor. Bromea con todo y sus chistes más frecuente carecen de un sentido, pues tienen dos. A la mayoría de sus compañeras leonas les incomoda esa socarronería. La única que logra un poco de control sobre él es su esposa Sandra. Ella sabe verdaderamente cuál es su función en el leonismo: domadora. Las domadoras son las esposas de los socios que no están iniciadas en los clubes.

Los clubes hacen sus actividades sociales de servicio comunitario con fondos que son aportados por ellos mismos o en actividades de recaudación. Actualmente, existen 124 en la Isla, lo que equivale a 20,000 socios. En el leonismo hay de todo… hasta cachorros.

Salimos de El Buen Café y nos dirigimos a Camuy. Después de cuarenta minutos de viaje llegamos al final del camino: El Potrero y Cafetería Brisas del Mar. Aquí cada cual tomó por su lado como de costumbre. Tuvimos que llegar a Camuy para que Alejandrina, compañera leona, me invitara a compartir su mesa.

Luego del acercamiento de Doña Alejandrina, recibí otra invitación. Esta vez para un paseo en trolley. Acepté. Y para mi suerte, pagaron el boleto. El recorrido se resumió en 15 minutos, nada más allá que casas, posas, áreas verdes y un flamingo. De regreso al potrero, se contabilizaban las ganancias del viaje, se cuadraban los números de la rifa, mientras los leones que quedaron saciaron el hambre. Como dice un amigo: “Es que pican más que cuchillito e’ cumpleaños.”

Pasado el tiempo llegó la orquesta invitada, y rápidamente montaron los instrumentos. Reafirmaban su puertorriqueñidad con un par de congas con la monoestrrellada. Los cuatro integrantes vestían de negro como mimos. Pasados 12 minutos no pasó nada cautivador, más de lo mismo. Música mezclada, movimiento comercial, empleados cargando cajas, cajeras cobrando, gente hablando. En eso llegaron las familias, los vecinos, los perros, el guacamayo, los dueños, los hombres solteros y las milfs… Los motoristas con sus habituales guantes de cuero, gorras oscuras, gafas negras –de esas que dicen “soy malo”, el peculiar bigote –bien machote-, no podían faltar. Miraban sus motoras Harley-Davidson con gran admiración. En ese momento no me fue difícil reconocer la buena música de fondo: “Quien te dijo a ti, que yo. Por siempre, seré para ti”, cantaba Ismael Rivera.

Entre el 1 2 3 probando y el bullicio de la gente, empezó el jolgorio. La música subió de volumen y la pista de baile se alumbró con los movimientos pélvicos de una pareja de bailarines del club de leones: Sandra la domadora y su compañero de pista, camarada que mantenía un parecido con el Caballo Negro, Johnny Ventura. Ambos hijos de la misma patria. Igual que Juan, el esposo de Sandra, este ‘león negro’ llamado Stanley, es invidente. Ellos reafirman el compromiso del Leonismo en Puerto Rico con el Banco de Ojos, la única institución en la Isla que provee córneas para trasplantes.

Después de la magnífica coreografía de Sandra y Stanley, llegó el momento de anunciar el ganador de la rifa. Por mi mala suerte, me quedé con las ganas. El baile, el sorteo y la llegada de un ángel salvador, le pusieron fin al pasadía leonístico en el norte del País. Eran las cinco de la tarde, es hora de irnos.

El viaje de regreso era largo, pero por fortuna no retorno con ellas a casa. Mi gran amiga Mabel me rescató. Luego de 9 horas y media con el Club de Leones de Villa Palmeras pensaré bien con el paso del tiempo, si presenciar la Semana Familiar del Leonismo. Y de hecho, son muchos los que se quedarán con las ganas de verme repartiendo comida en la Plaza Barceló de Barrio Obrero con el chalequito amarillo puesto. Pero como dicen por ahí: “lo último que se pierde es la esperanza”.

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